«Y la secretaria que me ponga un café que me voy a la reunión».
El síndrome de la impostora es esa inseguridad, ese pánico, ese miedo, ese cuestionamiento a ti misma y esas ganas de salir corriendo que te dan cada vez que tienes que llevar a cabo una tarea.
Principalmente, si es una tarea donde te miran, pública, por mucho que estés cualificada para ella.
Elisabeth Cadoche y Anne de Montarlot lo explican en un libro del mismo título.
Lo explican por razones psicológicas relacionadas con la autoestima, la inseguridad o con cómo hemos construido nuestra personalidad.
Resulta que desde el feminismo hemos aprendido que sí una cosa nos pasa a todas, seguramente no será un problema individual, no será un problema tuyo de que “es que no te quieres nada”, es que eso no se explica solo analizando tu vida de forma aislada ni solo tu psicología.
Como con muchos otros miedos e inseguridades que nos atraviesan a las mujeres, es altamente seguro que este síndrome sea sistémico, sea patriarcal.
Generalmente cuando hay un problema es que nos atraviesa la práctica totalidad de las mujeres normalmente tiene que ver con la forma en que se nos ha construido la feminidad. En el sistema patriarcal, en el caso del síndrome de la impostora, es evidente que a las mujeres se nos ha educado en que espacio público no es nuestro, en que a lo público siempre somos invitadas y debemos estar agradecidas.
O incluso se nos ha convencido que cuando ocupamos el espacio público se lo estamos quitando algún hombre, y que no estamos en él por méritos propios, (igual te has tenido que dar una chupadita para estar ahí, “guarra”).
Entonces, esn esta situación pasajera y anormal en tu vida, difícilmente te puedes enfrentar con tranquilidad y con seguridad, si toda la vida te han hecho sentir que no es tu sitio, que no lo mereces.
El síndrome de la impostora es exactamente lo contrario a querer conseguir las cosas porque eres una mujer. De hecho se trata de que como ha sido socializada como mujer, se te ha impuesto dudar de tu criterio, cuestionar tus capacidades, necesitar la aprobación ajena para sentirte capaz y creer que tienes que esforzarte el doble para conseguir lo mismo.
En un mundo en el que a los cuerpos socializados como hombres se les ha convencido de que son los putos amos, de que saben de todo y de que todo lo que quieran lo pueden conseguir; a nosotras se nos ha socializado para que cumplamos las expectativas ajenas, para que satisfagamos las necesidades del resto y para que nos veamos siempre con los ojos de quiénes nos miran.
Y a lo largo de nuestra experiencia por muy preparadas, capacitadas, entrenadas informadas o convencidas que estemos siempre nos hemos encontrado alguna voz masculina que nos corrige, que nos apunta, que nos desaprueba o que nos aprueba. Como si nos hiciera falta.
Da igual los estudios que tengamos, da igual la experiencia que tengamos, da igual la edad que tengamos, da igual lo bien que sepamos a hacerlo. Cuando salimos, nos exponemos, nos sentimos asustadas, juzgadas, cuestionadas, presentándonos a un examen que difícilmente probaremos.
No es un síndrome, es violencia sistémica.
Es control patriarcal, es supremacismo de quienes nos quieren sumisas, calladitas y sin brillar.
Aquí, entran en intersección otras opresiones:
- si eres racializada
- si tu cuerpo no es normativo
- si tus capacidades son diversas
- si eres joven
- si eres trans
- si eres lesbiana
- si eres vieja
- si eres migrada
- si eres precaria
- si no tienes títulos académicos
- et al.
Se te multiplican las lentes críticas con las que es observada.
Este síndrome se llama patriarcado y lo sabrás porque está rodeada de hombres que te explican cosas que tú ya sabes, que te explican cosas de las que saben menos que tú y que te explican cosas.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar